He visto el silencio y el sol a gritos.
El agua fresca es sólo llanto.
Desde los cerros baja una tristeza que nos funda,
días de ciudad dragada en un valle,
de sus silbos y fuentes sólo escapa aire con desidia.
(Hoy no me abandones, amor,
el cemento ya se vierte entre nosotros
como un edificio indescifrable).
Hay vientres que se cuecen en su propia sangre,
niños que lloran en gestación;
la vida también se anticipa a los espasmos.
En un principio sólo fuimos dioses fértiles,
hoy nos sobrevivimos en un laberinto de huesos.
(No me abandones, estoy preocupado,
hay demasiados filos urbanos
y mi carne tiene la hemofilia por amante).
La ciudad es el cadalso de los suicidas,
una sopa envenenada de poetas;
es la podredumbre panteísta
donde nos encontramos los dioses,
amor.
Ven a mi ciudad una semana,
tú que amas los desiertos en tu casa,
con pantomima te serviré un vaso de agua.
Hoy el sol a gritos evapora la tristeza que nos funda,
en 1525 miraremos de nuevo a los volcanes
para escuchar el nuevo nombre de Colima,
y su ubicación en el occidente de este poema.
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