viernes, 26 de octubre de 2012


Después de las vías

Esa mujer cruzó las líneas de los ferrocarriles.
Una intensa bruma
producto de esta miopía
la desapareció como la entrada de un siglo.

Antes, sus palabras fueron:
“Cuídate” y “…tiempo”

Su voz estridente me hizo recordar el mar.

-Cuando se aproxima un crucero,
las señales nos muestran un color
parecido a la sangre-

“Cuídate” las serpientes muerden en la boca
cuando les hablas con poesía.

Todo a su paso se detuvo:
un tren entró al paisaje
y la reverberación del sol
me recordó a mi madre.

Imaginé las líneas de cada continente
ardiendo el territorio.
Los maremotos lograron calmar la sed
de algunos incendios.
Entonces pensé en tu cuerpo
como memorial de la sal,
como invento del presente.
Noche humana.
Luto interno.

Esa mujer tuvo un nombre
-un hombre que murió con su fotografía-.
Fue un descarrilamiento.

La alegría de su rostro
golpeó la marginalidad de mis manos
y esta tierra,
tierra de óxido, metales y aceites repetidos.

Pero la alegría no pelea con la tristeza:
son líneas paralelas.

Tropecé en este tren cargado de silencio
y me trozó las piernas.

Ella vino y en sus brazos entendí
que el fuego transforma la vida
sin necesidad de engaños.

Después cruzó las vías,
el cielo se deshacía en parvadas.

Imaginé que un canto me decía
aquellas dos palabras,
y que la última imagen de la vida
fuiste tú después de los mares,
perdida entre la luz,
entre la sangre que brota de mis piernas,
y esta miopía.

Miguel León-Govea