Después de las vías
Esa mujer
cruzó las líneas de los ferrocarriles.
Una intensa
bruma
producto de
esta miopía
la
desapareció como la entrada de un siglo.
Antes, sus
palabras fueron:
“Cuídate” y
“…tiempo”
Su voz
estridente me hizo recordar el mar.
-Cuando se
aproxima un crucero,
las señales
nos muestran un color
parecido a la
sangre-
“Cuídate” las
serpientes muerden en la boca
cuando les
hablas con poesía.
Todo a su
paso se detuvo:
un tren entró
al paisaje
y la
reverberación del sol
me recordó a mi
madre.
Imaginé las
líneas de cada continente
ardiendo el
territorio.
Los maremotos
lograron calmar la sed
de algunos
incendios.
Entonces
pensé en tu cuerpo
como memorial
de la sal,
como invento
del presente.
Noche humana.
Luto interno.
Esa mujer
tuvo un nombre
-un hombre
que murió con su fotografía-.
Fue un
descarrilamiento.
La alegría de
su rostro
golpeó la
marginalidad de mis manos
y esta
tierra,
tierra de
óxido, metales y aceites repetidos.
Pero la
alegría no pelea con la tristeza:
son líneas
paralelas.
Tropecé en
este tren cargado de silencio
y me trozó
las piernas.
Ella vino y
en sus brazos entendí
que el fuego
transforma la vida
sin necesidad
de engaños.
Después cruzó
las vías,
el cielo se
deshacía en parvadas.
Imaginé que
un canto me decía
aquellas dos
palabras,
y que la
última imagen de la vida
fuiste tú
después de los mares,
perdida entre
la luz,
entre la
sangre que brota de mis piernas,
y esta
miopía.
Miguel León-Govea
Me imagino tu boca dictando la silueta de estas palabritas claras. Qué amor el que se las merezca, qué fuego y qué paciencia la de la tierra que, seguro celosa, espera a que mueras para tragarte, amarrarte, presionarte, morderte y hacerte el amor hasta que tus huesos se acaben.
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