Por eso la noche es un sorbo de nadie,
un viento alcanforado en un cielo pleniluno,
alcobas de bosque hechas al silencio.
Una estrella se desliza a jugar a no ver las luciérnagas.
La carretera ofrece sus líneas pantomímicas
como deseando el regreso,
como si un camino no estuviese confinado por los mares
o el vientre.
Noche soledades,
edad del sol.
Camino de Santiago y los pasos se derriten en los ríos,
como hombres que se dirigen a su estatua.
Un germen primitivo cae en el pasado
y la edad del sol calienta la primera hoguera
y clarifica el primer fuego
para que la noche interprete su nota alta.
A sueltas por el cabello entrerojizo
una mano petrificada entre la lava.
A lo lejos la mamá del llanto teje una ropa para el invierno
y la lluvia se convierte en ríos de lenta ingesta
que en su cauce llevan a morir al mar
las imágenes del bosque.
Nace una cadera desnuda
y uno comprende que el tiempo es una metáfora para la vida,
que después de tanto cielo
sólo es mejor la pirotecnia.
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