De cómo un día llegué al Mar Báltico
Digamos que no tiene comienzo el mar;
empieza donde lo hallas por vez primera
y te sale al encuentro por todas partes.
-José Emilio Pacheco
Karwia, Polonia., martes 05 de marzo de
2013
La vida y un error de entendimiento del
idioma polaco me trajeron a este lugar… mágico. La emoción que sentí al ver el
mar Báltico como siempre esperé ver el mar: una isla de agua en el Norte del
mundo.
¿Cómo es que llegué a
este lugar? A veces, siempre, me hago esta pregunta sin siquiera darme cuenta
de dónde estoy.
Oro báltico
Por la mañana salí de Gdansk, que lleva
acento en la “n” y se pronuncia “dansk”. Ahí pasé dos noches en un hostel a
sólo 20 metros del río y de los barcos anclados. El costo, 40 Zlotys por noche.
El lugar era muy tranquilo y limpio, céntrico. Además, estuve solo en la
habitación. Así que tuve seis literas y baño entero para mí solito.
(Ahora escucho “Be” de Neil Diamod)
Como decía, salí
temprano y me dirigí a la estación de trenes de Gdansk. Compré un billete para
ir a Sopot, una ciudad cerca de Gdansk que mi amiga Izabela Mecler me recomendó
mucho. La señora que me vendió el billete no hablaba inglés, así que con señas
y nombres nos dimos a entender. Subí al tren. Luego de veinticinco minutos
llegué al lugar; sobra decir que estaba muy emocionado por el viaje, en un tren
que parecía muy viejo.
Cuando llegué a Sopot
inmediatamente busqué el centro y me dirigí a él. Fui a la oficina de
información turística que estaba en un segundo piso. Ahí se sorprendieron al escuchar
mi nacionalidad: “Mexico, so far from here”. Es la cuarta o quinta vez que me
lo dicen en Polonia. Y es que es verdad.
Mi plan inicial era
quedarme en Sopot una noche, pero en la oficina de turismo de Sopot se me
ocurrió preguntar cómo llegar a Hel (si lo pronuncian en inglés, “Hel” suena a
infierno, así que pregunté: How can I go to Hel?) Este lugar está ubicado en
una pequeña península en el mero Norte, en el mar Báltico. Me dijeron que
primero había que ir a Gdynia en tren y de ahí tomar un bus a… Wladyslawowo. Me
mostraron en el mapa la ubicación de este lugar, cuyo nombre me encantó. De
inmediato supe que debía estar ahí, tal vez el miércoles temprano, después de
pasar una noche en Sopot.
Salí de la oficina y
fui al malecón a ver el mar; un malecón muy grande y blanco, con mucha gente
tomando el sol, pero todos bien abrigados porque aún hace frío. Ya ayer lunes
había ido al mar, muy cerca de Gdansk, y el paisaje que vi fue muy parecido,
pues es la playa contigua. En Sopot había más gente, más vida y unas calles
hermosas. Pensé en buscar el hostal que me recomendaron “Hostel central” cerca
de la estación de tren y del centro; 35 Zlotys (zt) me dijeron que costaba la
noche. 4zt = 1 euro.1 euro = $17 pesos.
Pero siempre he dicho
que uno ya sabe lo que va a hacer desde antes de tomar una decisión. Uno ya lo
sabe, pero a veces nos da por darle vueltas. Y mi locura me había dicho que
definitivamente hoy mismo debería estar en Wladyslawowo, este lugar de nombre
bonito. (En realidad me gusta porque se parece al nombre de Władysław Szpilman, el pianista de Varsovia). Así que ¡subí al tren!
No lo pensé ni un
solo segundo más, y le pedí a unos jóvenes polacos que me ayudaran a comprar el
billete de tren a Gdynia en la máquina computarizada que los expide. 3,60 zt y
me fui al andén a esperar mi tren. Cuatro estaciones más tarde me bajé en Gdynia.
Pienso que un día me gustaría tomar un tren y bajarme dos estaciones después,
pero del año.
Al llegar a Gdynia me
fui directo a la taquilla (kasa) a preguntar cómo llegar a Wladyslawowo, pero
la cajera no hablaba inglés, así que no nos entendíamos. De pronto, un joven
alto, más bien altísimo, casi como dios, me dijo en inglés: “Do you need help?”
Le contesté que Yes, que quería saber dónde estaba la estación de camiones; me
dijo que a sólo 100 metros de la estación de tren en la que estábamos. Yo lo
miraba con mi cabeza en dirección al cielo, es que de verdad era alto, y se
parecía a mi amigo José Milara, que también es alto.
Salí de la estación
del tren y de inmediato vi los camiones a poco más de cien metros. Cuando
llegué a ellos el primero que vi decía en la parte superior frontal: Wladyslawowo.
Pregunté al chofer para confirmar y éste asintió, pero tampoco hablaba inglés,
así que tuvo que señalarme en su reloj de pulso la hora de salida, que era a
las 2:40 pm., y eran las 2:20 pm. Ya no le pregunté cuánto tiempo llevaría el
viaje pues iba a ser complicado explicárnoslo.
Subí al bus, pagué
9.60 zt, muy barato, poco más de dos euros, o como 45 pesos mexicanos. En el
billete leí que serían 49 kilómetros de recorrido, así que le calculé una hora
de viaje. Pero vaya que fue más de una hora, pues el bus hizo paradas como en
veinte pueblos. Subía y bajaba gente: señoras, señores, señoritas, jovencitos,
y yo ni me enteraba de dónde estábamos, sólo a veces que leía los letreros en
polaco, pero nunca estuve seguro de qué era lo que leía.
(Escucho “Free as a bird” de Lennon)
Vi paisajes hermosos,
praderas, pequeños lagos congelados, generadores de energía eólica; casas,
rieles de ferrocarril, pequeños pueblos. Seguramente fui el único extranjero en
el camión y eso me encantó; me emocioné de estar en la Polonia profunda y
rural, en el alma que todo país guarda y vive en sus pueblos.
Pensé en México, mi país;
en los pueblos que he visto y amo, en la gente que vi en todos los camiones y
caminos que he recorrido al conocer los diferentes estados de la república. Y
estoy seguro de que es la misma gente que vi hoy en Polonia, en los asientos
del camión, sólo cambia la forma, el color del cabello, la estatura, los
idiomas.
Seguí en el viaje,
convencido de que llegaría al mar de mis sueños. En ocasiones tuve un poco de
“miedo” de no bajarme en el lugar adecuado, pero pensé que ese camión se
detendría hasta llegar a Wladyslawowo… y vaya error. Magnífico error.
Sólo veía bajar
gente, poco a poquito se iba vaciando el bus; pasamos un pueblo llamado Ostrowo
y ya sólo quedábamos dos personas a bordo. Creí que el siguiente pueblo sería
mi destino, y bueno, así lo fue, porque 3 kilómetros más adelante llegamos a un
pequeño pueblo y bajó la última persona. El chofer me preguntó en polaco que en
dónde iba a bajarme –supongo que eso me dijo-, yo contesté que en Wladyslawowo,
y él me dijo, medio malhumorado, que eso ya lo habíamos pasado. Entendí que
esta era la última parada, así que me bajé del camión sin importarme más, sólo
el destino y la aventura, pues en realidad es esto lo que quería, aunque no lo
planeé, o quizás sí (en el alma uno tiene sus propios planes).
Bajé, sin saber en
dónde estaba; el pueblo parecía muy tranquilo, busqué su nombre en la parada
del bus… no decía; hasta que unos metros más adelante vi un mapa informativo.
El lugar: Karwia. En mi vida había escuchado ese nombre.
Caminé entonces el
pueblo en busca de señales de vida o de humo en las chimeneas, pero sólo el eco
de mis botas negras se escuchaba por la calle; casi las 5 de la tarde y todo
sereno. Caminé más, en busca de un hotel o algo abierto, pues en las casas se
veían anuncios de muchos hoteles y villas, pero de verano, y sobra decir que
aún estamos en invierno. Ahora todo estaba vacío, los restaurantes cerrados,
con las sillas puestas de cabeza sobre las mesas. Toqué en dos lugares sin
obtener respuesta, uno de ellos se llamaba “Villa Paulina”, quería hospedarme
ahí, claro, porque es el nombre de mi querida hermana y de mi mejor alumna.
Seguí por otra calle
y a pocos metros vi otro lugar que sí parecía abierto y entré; de inmediato un
señor como de unos cincuenta años me recibió, le pregunté: “Hotel?”, me
contestó “Tak”, que en polaco quiere decir que sí. Él no hablaba inglés, y me
preguntó que si yo hablaba francés. Pero yo no parlo francé. Total que pasé a
la recepción, ahí estaba una señora que al parecer era la esposa de este
hombre; igual no pudimos entendernos. Yo le decía “Yedem noc, proshe”, que en
mi mal polaco quiere decir “una noche, por favor”. Entonces llamaron a su hija
¿o nieta?, Mónica, como de unos trece o catorce años de edad. Mónica entendía
el inglés básico, y lo hablaba muy poco y muy apenada al pronunciarlo. Pero ese
poco se convierte en mucho cuando uno necesita comunicarse.
Pagué 55 zt por una
noche, dadas las circunstancias habría pagado hasta 70 zt, pues estaba cansado
del viaje, de cargar la mochila que amablemente me prestó Iza; me dolía la
cabeza y debía asegurar la noche. Después me di cuenta de que estos 55 zt en
realidad es un precio bastante, bastante bueno, pues el hotel es casi de lujo.
Mi habitación (sentí pena al entrar) tan limpia, con sus dos camas, un baño
excelente, radio, televisión, Dvd, internet con óptima señal; un balcón,
trastes para cocinar, un calentador de agua, ropero, un escritorio en donde
estoy. Una bendición de lugar. Y además, la hora de salida o check out no es a las 12 ó 2 de la tarde
como en la mayoría de los hosteles y hoteles, aquí se paga por día, por 24
horas, así el costo abarca hasta las 5 de la tarde del día de mañana miércoles.
Y bueno, debo decir que soy el único huésped en todo el hotel.
De inmediato me
instalé, me lavé la cara y salí de nuevo a caminar, que a eso vine a Polonia.
Ya sin el peso de la mochila me sentí muy bien, sólo con mi cámara fotográfica
lista para descubrir imágenes. Vi el bosque junto a la carretera, sabía que al
cruzarlo encontraría el mar.
Y después de
doscientos metros de un pinar hermoso mis ojos se inundaron de mar. Cielo
rojizo, azul, violáceo; espléndidos colores en este mar tan blanco y
resplandeciente, de una arena que emana su propia luz. Hacía un viento suave y
frío, se escuchaba el milenario golpeteo de las olas. Un lago inmenso, interminable
en la mirada. Un mar como siempre esperé ver. La emoción de que sentí en ese
instante es indescriptible, sólo quise llorar por algunos momentos.
Después tomé mi
cámara y apunté a todas partes, a pocos metros estaban unos jóvenes pescando, me
dio risa porque con ese frío pensé que estarían pescando hielo. Pero seguro que
hay peces viviendo aquí. Uno de estos jóvenes entró como 30 metros en el mar, y
el nivel del agua le llegó a las rodillas. Recordé inmediatamente el mar de
Yucatán.
Estaba tan emocionado
que tomé mi celular y marqué a mi casa, más por la ilusión de estar al Norte
del mundo y de la vida y poder escuchar la voz de mis papás. Entró la llamada y
escuché a mi papá. De verdad no sabía cómo expresarle lo que estaba mirando en
ese momento y lo que estaba sintiendo. La voz de mi papá en el mar Báltico, el
sonido de mi casa, los perros tranquilos; más de quince mil kilómetros
resumidos en un “te quiero mucho” que me dijo mi papá.
Mi mamá había salido
de casa, pero sé el enorme gusto que le dará saber de mi llamada, que fue
breve, pues debía conservar el crédito en el teléfono para futuras llamadas. Mi
mamá que lleva sus ojos en todo lo que miro cada día. Le dije a mi papá que
tenía muchas ganas de verlos, pero me faltaron las palabras para expresarlo.
Caminé, fotografié,
respiré y escuché el mar. Volveré el día de mañana al amanecer para caminar la
costa, me han dicho que se pueden encontrar pequeños pedacitos de ámbar en la
arena. Lo llaman Oro báltico.
Me quedaré hasta el
viernes en este bendito pueblo al que llegué por error y por fortuna de esta
vida, el día de hoy, esta tarde a mis veintisiete años. Un día en que un
mexicano, uno de más de cien millones, camina y sueña entre la arena y el
bosque del mar Báltico, en Karwia, Norte de Polonia, el martes cinco de marzo
del año dos mil trece.
Miguel Ángel León
Govea
Polonia, 2013