A la caída
Para Estrella
Bebimos el
vino, la cerveza y el licor antes de sumergirnos en un oleaje que no
entendimos. “De noche, los cuerpos desnudos brillan en el mar”, prometiste.
Pero ante el resplandor perdí tu mano y tú mis dedos; nos fuimos quedando
dormidos en la lentitud de la sal, con las palabras de la noche y los sordos
llamados de auxilio; vestida de blanco, desnuda de cuerpo. Incienso de luna
libre. Suave piel blanca anclada a las arrugas de la misma muerte. ¿Quién dijo
muerte? Sólo dos luceros hermosos, fugaces. Y los gritos de terror –naturales–
al ahogarnos.
Miguel León-Govea
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